Viernes, 26 de Abril de 2024
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Felipe Garín: “El último cuarto de siglo de la cultura valenciana ha sido confuso, convulso y positivo”

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Felipe Garín Llombart (Valencia, 1943) fue durante 23 años director del Museo de Bellas Artes de Valencia (1967-1990), labor que compaginó con la dirección del Museo Nacional de Cerámica ‘González Martí’ (1972-1990). Formó parte del Consejo Rector del IVAM. De 2012 a 2016 dirigió el Consorci de Museus. Su impresionante curriculum no acaba ahí. En 1991-93 dirigió el Museo del Prado y en 1995-2002 la  Academia de España en Roma. Sus puntos de vista tienen las virtudes de la experiencia y la templanza. Sus muchos conocimientos profesionales y su independencia política le proporcionan una alta credibilidad a la hora de analizar los últimos 25 años de la cultura valenciana. Es prudente, pero tampoco se muerde la lengua.

– Defina brevemente los años 1982-2017 en el aspecto cultural.

– El último cuarto de siglo de la cultura valenciana ha sido confuso, convulso, para bien y para mal y, en conjunto, positivo.

– La democracia se encontró con muchas cosas por hacer.

– La Valencia cultural de nuestros días la vertebró Ciprià Císcar. Lo hizo como conseller de Cultura del PSOE-PSPV desde los primeros años ochenta, con vitalidad y muchas ideas. Y el caso es que no había más dinero que ahora. Císcar tuvo la ayuda en el arte de, entre otros, Tomás Llorens, Alfaro y Artur Heras –que puso en marcha la Sala Parpalló-, de Emilio Jiménez en cuestiones arquitectónicas y de Ricardo Muñoz Suay en el tema del cine. Císcar se inventó el IVAM, en esos años el San Pío V asumió también el siglo XX, dotó al museo de una plantilla que treinta años después sigue siendo casi la misma, se llegó a un acuerdo con la Real Academia de San Carlos para establecer una fecunda colaboración con el Museo de Bellas Artes, se creó el Instituto Valenciano de Cine y Teatres de la GeneralitatRicard Pérez Casado, como alcalde de Valencia (1979-1987), puso en marcha el Palau de la Música. Hasta ese momento, la Orquesta Municipal ensayaba dónde podía.

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– La reforma y ampliación del San Pío V, de titularidad estatal y gestión autonómica, sigue sin terminarse 30 años después de iniciarse.

– El proyecto de reforma de los arquitectos Manuel Portaceli y Álvaro Gómez-Ferrer sigue sin ultimarse, es cierto. En aquel momento le dije a Ciprià Císcar: “O esta reforma se hace en tres años o dentro de treinta años aún no habrá finalizado”. Císcar exclamó: “¡Qué cosas dices!”. Pues bien, todavía no se ha acabado. A estas alturas aún se discute qué cuadros tienen que ir a cada planta.

– Dirigió usted la Academia de España en Roma de 1995 a 2002. ¿Qué recuerdo guarda de aquellos siete años?

– Fueron los mejores años de mi vida.

– ¿Mejores que sus dos años como director del Museo del Prado?

– De mi gestión en el Prado estoy orgulloso. Pero eso sí, me levantaba cada día intentando descubrir qué cornadas me habían dado.

– A usted le nombró director del Prado el Gobierno de Felipe González.

– Sí. Y como director de la Academia de España en Roma, José María Aznar. Pero nunca he sido un político ni he militado en ningún partido. En todos mis cargos he sido leal con quienes habían depositado su confianza en mí y nunca he tenido un problema de conciencia. Si lo hubiera tenido, me habría marchado enseguida.

– El Instituto de Cine y la Filmoteca tienen el Rialto como sede. Una elección muy discutida, debido a sus muchas barreras arquitectónicas.

– Sí, pero está en un sitio privilegiado. En la plaza del Ayuntamiento y al lado del Ateneo Mercantil. Esa ubicación magnífica es muy importante.

El IVAM y los auditorios

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-El IVAM se inauguró en 1989. Este febrero cumple 28 años.

-El IVAM significó un verdadero esfuerzo para poner en marcha un museo de arte contemporáneo. En Valencia no existía ninguno. En aquel momento se evitó que se llamara Instituto de Arte Moderno Valenciano, que hubiera sido un desastre. Lo mejor del IVAM es su muy valiosa colección. En España se confunden dos cosas que en Italia están mucho más claras: una cosa son los bienes culturales, que es lo permanente, y otra la actividad cultural. Los bienes son los archivos, los monumentos, las bibliotecas, los monumentos… Eso permanece. Luego tenemos las exposiciones, las conferencias, los congresos… Eso es más efímero.

-El IVAM podría tener ahora una piel semitransparente, según un proyecto premiado en la Bienal de Venecia. Aquello se paralizó diciendo que no había dinero para hacerlo. Pero en la misma época se construyó el Ágora, que hasta ahora no ha tenido una función concreta.

-Ahí se hipertrofió el protagonismo de Calatrava. Es verdad que Calatrava ha concebido para Valencia, con mucha inversión, eso sí, una Ciudad de las Artes que es, internacionalmente, el emblema turístico de la ciudad, igual que en Sidney lo es su Opera House, obra del arquitecto danés Jorn Utzon.  Ahora bien, hacer el Ágora no era necesario. Cuando se hace un edificio sin saber para qué, los resultados suelen ser malos. Cuando mis amigos van a Bilbao, ciudad que merece ser visitada por muchos motivos, y me piden sugerencias culturales, les digo que no se vayan sin ver el Guggenheim por fuera y el Museo de Bellas Artes por dentro.

– ¿Es crítico con la arquitectura-espectáculo?

– No. Me gusta, siempre y cuando sea también útil para lo que se ha hecho. Por ejemplo, el Guggenheim de Nueva York, edificio de Frank Lloyd Wright es espectacular, muy bonito. Pero para no cansarte lo tienes que ver de arriba abajo, y la propia rampa del museo te va ‘sacando’ del espacio, te empuja hacia abajo. Eso no me convence nada.

– ¿El IVAM sigue vivo y atractivo?

– Sí, porque cada director ha dejado su impronta. Los directores de los museos tienen que marcar un estilo y aportar ideas propias. Carlos Alberdi, que fue el principal redactor del Código de Buenas Prácticas en la época en que era ministro César Antonio Molina, opina que ese código se ha desnaturalizado con interpretaciones y aplicaciones muy discutibles. En mi opinión, es el presidente del gobierno o de los gobiernos autonómicos quienes tienen que designar a sus ministros y a los directores de museos. Esa es la responsabilidad que tienen. Miguel Zugaza ha sido director del Prado durante 15 años, fue nombrado a dedo y lo ha hecho muy bien. También tenemos el caso de Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía tras ganar un concurso de méritos. La labor de Borja-Villel es muy buena, pero todo el mundo sabía que lo iban a nombrar a él. Entonces, sobraba el concurso.

– ¿Qué opina del Palau de la Música?

– Ha tenido una programación muy buena e independiente en sus 30 años de trayectoria. Su nivel ha sido muy alto en cualquier etapa.

– ¿Y del Palau de les Arts, inaugurado en 2005?

-Ha tenido momentos espléndidos. La música en Valencia siempre ha sido muy bien entendida, pero en el caso de la ópera se partía de cero y había que crear la propia afición, cosa que se ha sido haciendo con acierto. Antes y ahora.

– De 2012 a 2016 dirigió usted el Consorci de Museus. ¿Cómo valora el enfoque del nuevo director-gerente, José Luis Pérez Pont?

– Nunca hablo de lo que hacen mis sucesores. Tampoco de mis antecesores, salvo para elogiarlos, como fue el caso de Alfonso Pérez Sánchez en el Museo del Prado.

Nuestra burguesía

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– La burguesía valenciana no consolida nuestro teatro, ni nuestras editoriales ni ese cine valenciano que prácticamente no existe.

-A la burguesía valenciana, de origen mayoritariamente agrícola, siempre le ha costado mucho adaptarse a los nuevos tiempos. Ha avanzado más en cuestiones tecnológicas y de penetración en los mercados exteriores que en la preocupación por la cultura contemporánea y por sus mayores creadores. Salvo honrosas excepciones, ha sido así y sigue siéndolo.

– La Fundación Bancaja se esmera en el terreno de las exposiciones.

-Es verdad, lo hace con las exposiciones de Sorolla, de Pinazo, de Equipo Crónica… Pero a la Fundación Bancaja le falta valentía para crear un Instituto de Estudios en torno a Sorolla y sus contemporáneos. Podría hacerlo al amparo de un cuadro que pertenece a los fondos de la Fundación, ‘Triste herencia’, obra esencial en la trayectoria de Sorolla. El cuadro es de 1898, se presentó en París en 1900, obtuvo la Medalla de Honor y tenía otro título al principio, se llamaba ‘Los hijos del placer’. Blasco Ibáñez y Azzati le convencieron para que lo llevase a París. Algunos han tenido especial interés en presentar a Sorolla como un artista de derechas y eso no es así, él estaba cercano a la Institución Libre de Enseñanza. A Sorolla le perjudicó la envidia que le tenían muchos ilustres de la generación del 98. No le perdonaban que fuese famoso y ganase dinero.

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