La Unión Europea necesita más fuerza y cohesión para afrontar con solvencia los retos del siglo XXI

La Unión Europea necesita más fuerza y cohesión para afrontar con solvencia los retos del siglo XXI

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De izda. a dcha., Juan Sapena, Rafael Ripoll, Rafael Escamilla y Javier Viciano

En julio de 1985, el entonces presidente del Gobierno español, Felipe González, firmaba el Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, que entraba en vigor el 1 de enero de 1986. Este año se celebra pues, el 30 aniversario de nuestra incorporación a lo que hoy conocemos como Unión Europea. Por tal motivo, el Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Católica de Valencia (UCV) y Economía 3, convocamos una mesa de debate para analizar el tema con diferentes especialistas. En el encuentro participaron Javier Viciano, profesor titular de la Cátedra Jean Monnet de la Universitat de València y en la actualidad rector de la Universidad Internacional de Valencia (VIU); Juan Sapena, decano de la Facultad de CC. Económicas y Empresariales de la UCV; Rafael Ripoll, profesor de Derecho Comunitario y Derecho Europeo de la Competencia y director del Instituto de Estudios Europeos de la UCV; y Rafael Escamilla, jefe del servicio de Programas Europeos en el Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (Ivace), de la Generalitat Valenciana. Este es el resumen de lo tratado.

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Cuando se cumplen 30 años de nuestra incorporación a las comunidades europeas, desde la perspectiva de cada uno de ustedes, ¿qué balance puede hacerse del proceso?

Rafael Ripoll.- Desde una perspectiva ciudadana, esa Europa que soñábamos los españoles de los años 70, democrática, libre, pacífica, emprendedora, distinta, que significaba el siglo XXI y la modernidad, es la Europa en la que vivimos, en la que participamos y en la que nuestros hijos están creciendo. Por lo tanto, más allá de la perspectiva institucional, desde el punto de vista de la ciudadanía, el balance me parece tremendamente positivo: aquello que soñábamos, se ha conseguido.

En cuanto a las aportaciones de España, creo que hay dos referentes fundamentales. El primero, de carácter estratégico: la integración de países del sur, como España y Portugal, se percibe hoy, 30 años más tarde, como algo positivo, con una interiorización del acervo comunitario por parte de la península ibérica (especialmente por parte de España), de muy alto nivel.

El segundo referente es económico: España se ha convertido en un mercado importante, con una renta media-alta, con una capacidad relevante de exportación e importación y, por tanto, es una parte sustancial del Mercado Único Europeo.

En materia económica, España ha sido un alumno ejemplar, un referente ilustrativo para países que se han integrado con rentas mucho más bajas, como los Países del Este, para los que España ha sido y sigue siendo el referente de integración más significativa que ha habido.

En concreto, España se presentó como referente ciudadano y democrático para Polonia, que se integró después de haber visto enterrada su soberanía dos veces, primero por el nazismo y luego por el comunismo, y era preciso que los polacos no percibieran que su soberanía se deterioraba, aunque fuera compartida.

El caso español, donde pasamos de una dictadura a una democracia y con una renta muy inferior a la media comunitaria, como les pasaba a los polacos, y con un número de habitantes similar al nuestro, les hizo tener un referente con circunstancias similares, de que el sueño europeo era posible.

Política Industrial

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Rafael Escamilla

Rafael Escamilla.- Desde el ámbito empresarial, que es lo que trabajamos nosotros día a día como departamento de la Generalitat, los 30 años han sido decisivos en la configuración de nuestro sistema productivo, tanto en la evolución del tejido empresarial por sectores, como en la propia modernización tecnológica del mismo.

A finales de los 80, la justificación de por qué la Generalitat asumía una serie de políticas industriales, era para competir en el entorno europeo en el que nos íbamos a ver inmersos y, por tanto, había que crear un espacio de centros de tecnología, parques tecnológicos, incubadoras de empresas, etc. Por lo tanto, la integración en Europa fue definitiva para promover lo que han sido los principales instrumentos de competitividad de la pyme industrial en la Comunidad Valenciana, tanto en los sectores tradicionales, como después en la evolución y generación de una serie de sectores competitivos en otro marco distinto.

Con los fondos europeos dirigidos a la competitividad empresarial pusimos en marcha una serie de servicios básicos de valor añadido. No hay que olvidar que, en la Comunidad Valenciana, el 99 % del tejido empresarial eran pequeñas y medianas empresas–el 95 % de ellas micropymes–, y vinculadas a sectores industriales muy dispersos geográficamente.

Nuestro referente eran regiones como la Emilia Romagna italiana o el Languedoc Roussillon francés, donde partiendo de situaciones similares, se habían desarrollado modelos de innovación real en las pymes. Además, dada la atomización de las empresas y su dispersión geográfica, teníamos que cubrir territorio prestando los servicios a pie de fábrica.

Estos 30 años han supuesto un gran salto de modernización de las infraestructuras al servicio de la pyme, en un momento en el que se abría un mercado para las pymes y tenían que competir sí o sí. Y eso supuso también, a su vez, un esfuerzo significativo por parte de las empresas, que empezaron a incorporar la innovación como estrategia para ayudarles en su crecimiento, así como a pensar en internacionalización, porque hasta ese momento solo habíamos sido meros exportadores.

No existía estrategia de marca, ni de diseño, ni el colaborar con grupos multinacionales o europeos de sectores como el textil, calzado o juguete; es decir, los sectores más maduros de la Comunitat.

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En estos 30 años también hemos atravesado graves crisis económicas, en las que hemos tenido que hacer un mayor esfuerzo para reforzar financieramente a las empresas, pero las estrategias de innovación e internacionalización, cuyas bases se pusieron a partir de nuestra incorporación a las Comunidades, hoy son una realidad consolidada.

Hoy nos encontramos con un panorama completamente distinto, en el que existen espacios como el ecosistema valenciano de la innovación, donde se han consolidado nuevos clústeres como el de biotecnología –antes inexistente–, que forman parte del mapa de Estrategias Inteligentes de Especialización Regional, que nos ha puesto la Comisión Europea como obligación a definir y cumplir. Si comparamos el mapa actual de los motores de la economía regional con el de 1987, no tiene nada que ver.

Lo más satisfactorio de este periodo es que hemos sabido hacer los deberes. Durante años fuimos Región Objetivo 1, y eso nos permitió tener financiación para a unas infraestructuras que, de otra forma, hubiese sido mucho más lento y costoso disponer de ellas. Después, cuando hemos pasado a ser región competitiva, la cosa es más complicada. Ya no existe la ayuda directa a fondo perdido y las empresas tienen que ir a concurrencia competitiva con los mejores en su sector de otros países europeos, a través de convocatorias muy complejas.

Pero, a pesar de ello, en estos momentos nos encontramos con que, dentro del programa Horizonte 2020, en el instrumento que ha creado la Comisión dirigido a las pymes –Instrumento Pyme–, el 12,6 % de los proyectos aprobados para empresas españolas corresponden a las de la Comunidad Valenciana; estas ratios no las habíamos alcanzado jamás.

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