Un debate permanente en la Historia del Arte gira en torno a la importancia de la relación entre la experiencia vital del artista y su obra; si las circunstancias biográficas del autor aportan valor a sus creaciones, o la perspectiva crítica tiene que centrarse exclusivamente en el objeto resultante.  El caso del escultor Vicente Ortí (Torrent, 1947) nos lleva a una conclusión rotunda: sus esculturas se adueñan del espacio por sí solas con un poder asombroso y son, a la vez, el resultado de una peripecia vital fuera del alcance de la mente del novelista o guionista más imaginativo.

Esta mañana se ha presentado en la Fundación Bancaja la exposición Vicente Ortí. El intérprete de la materia, inscrita en la programación del último trimestre de 2017 que conmemora el X Aniversario de la remodelación del Centro Cultural protagonizada por relevantes artistas valencianos. Comisariada por el escritor y articulista Martí Domíguez, un bosque de tótems de madera, brillantes piezas de mármol y forjas de hierro de formas chillidescas convierten la diáfana sala del cuarto de piso del Centro en un espacio hipnótico.

«Sé que suena a titular peridístico, pero para mí Vicente Ortí es el último escultor», ha afirmado Domínguez. «Sus obras conectan con las prácticas de los picapedreros de del Siglo XIV, con los ebanistas artesanales, pero utilizando viejas herramientas con nuevas perspectivas; Ortí martillea sin miedo la materia, no se apoya en diseños previos por ordenador, él mismo realiza el procesa entero y ensucia sus poderosas manos». Así, «hemos titulado la exposición como ‘El intérprete de la materia’ porque dialoga con ella y percibe la forma interna que esconden los bloques de madera o mármol».  No hace falta ser un gran entendido en arte para acertar hacia dónde apunta Domínguez: al nivel más alto, a aquello que decía de sí mismo un tal Miguel Ángel Buonarroti.

Los primeros años de vida de Vicente Ortí tienen un aliento dickensiano. Nacido en el seno de una familia numerosa de agricultores, su padre falleció cuando el escultor sólo tenía tres años, y a los nueve, una meningitis le causó una sordera que marcó su vida para siempre. Fue internado en un colegio especial donde le enseñaron a leer los labios y a aprender algún oficio manual, lo que le llevó a entrar de aprendiz en una ebanistería. Al mismo tiempo, su madre empezó a servir en un monasterio de Vinalesa, donde el sacerdote Vicente Monfort se fijó en la habilidad de Ortí  para trabajar con la madera y le animó a probar como escultor: el chico tenía posibilidades.

Pasó por la escuela de Artes y Oficios, la Superior de Bellas Artes de San Carlos, su talento le condujo hasta la Facultad de Madrid, y a empezar su trabajo como docente en el Colegio Taller de Sordomudos de Madrid y de auxiliar en la de Bellas Artes de San Fernando. Al regresar a Valencia, se doctoró y hoy es uno de los profesores más emblemáticos y queridos de la Facultad de BB.AA. de la UPV.

Sus trabajos en madera -su material original-, piedra y hierro le han llevado a exponer en las galerías más prestigiosas de España, en ARCO y en ciudades como Basilea, Nueva York, Montreal o Miami, entre otras. Distintos premios le reconocen, y la Fundación Bancaja ha creído que era el momento de dedicarle una retrospectiva de 50 piezas de su producción desde los años 70 hasta hoy. «Hemos intentado transmitir lo que se siente al entrar en el taller de Vicente en Torrent; del caos a la armonía». La sala también muestra el duro yunque donde el escultor forja sus obras, «un elemento de carácter emotivo, símbolo de cómo vence los elementos», con esas mismas manos con las que el artista ha doblegado al destino.

«Cualquiera puede ver lo que la materia tiene dentro», ha dicho Ortí. Seguro que la mayoría lo dudamos bastante. Hasta el 25 de febrero se puede visitar y comprobar si usted o yo seríamos capaces de pulir sobre un yunque las contundentes y a la vez delicadas piezas que nos lega el último escultor.